"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 30 de enero de 2011

Calidoscopio

Mucha de la gente que conozco ve como algo natural el recordar fechas e imágenes perfectamente ordenadas. Primero Felipe tal, luego Carlos tal, el uno en el año mil no sé cuántos y el otro en otro año perfectamente definido. Yo no, yo poseo la increíble capacidad de ordenar mis recuerdos de forma calidoscópica. Dependiendo del lugar, del momento, de mi estado de ánimo, y sin ninguna animosidad, los recuerdos aparecen ordenados de distinta manera en mi mente. Para alguien que estudió la carrera de magisterio en la especialidad de humanas esto debería de ser un sacrilegio, o cuando menos un motivo de vergüenza social. Sin embargo yo me siento feliz, muy feliz. ¿Cuánta gente es capaz de haber jugado un partido de fútbol, allá por los catorce años, teniendo como extremo derecho a Troski?, o ¿cuantos habrán recordado ese primer beso a los trece, a los quince, a los veinte, o ayer mismo?
Hoy en día la ciencia avanza mucho, ayer mismo escuché una noticia en la televisión de un científico americano que había sido capaz de demostrar qué partes del cerebro se activan cuando queremos borrar un recuerdo de nuestra cabeza, y temblé. Me dio por pensar que puede que un día la ciencia también sea capaz de entrar en nuestra cabeza con sus delicadas manos de guadaña y hurgar en ella como una oficinista activa y altamente competente. Puede que ese día, con una técnica de un extraño nombre que seré incapaz de retener, sean capaces de ordenar perfectamente nuestros recuerdos como en un fichero operativo. Por letra, por número, por sabores y por olores. Puede que ese día a una persona le baste con decir “por la a” y acudan a su recuerdo “ayuda, amor, amistad, alegría, … ataque, América, acabó”, incongruente ¿no? O puede que baste con decir “el siete”, y a la memoria vuelen el número de cuenta secreto, las cabritillas del cuento, las siete puertas de la muerte, o las siete veces en que Pedro negó, pese a que la historia nos dijese que fueron tres. Y entonces nunca más vendrá a mi mente la muchacha morena que conocí a los quince años, porque estaré recordando nueve, o cuánto tendré que forzar mi recuerdo para que Kafka aparezca, todos sabemos lo extraña que es la “k” en nuestro idioma. O mi abuelo, que ahora parece por todos lados, cuando menos lo espero, tendrá que verse relegado a los recuerdos que tengan que ver con la “a” o con “la muerte”.
Sé que se me podrá tildar de reaccionario, o simplemente de un palurdo incapaz de comprender los beneficios de los adelantos científicos, pero me negaré siempre. Recogeré firmas, muchas, la de Napoleón, la del Ave Fénix, la firma de cada una de las carreras que hice desde los tres hasta los doce años, la firma de las muchachas que tuvieron a bien darme sus labios y de las que soñé que me los daban, la firma de todos y cada uno de los anónimos que escribieron para mí y la huella de los cientos de analfabetos que pueblan mis recuerdos. Puede que no sean muchas, pero quizás las suficientes para que, llegado el momento, pueda presentarlas junto a mi negativa. No, no creo que nadie tenga derecho a robarme mi calidoscopio, no al menos después de lo que me costó que el zar de Rusia perdiera toda su dignidad y fuese capaz de jugar a la comba, o después de conseguir que Eric, el rojo, se cortase el pelo para participar en aquella función de teatro, no.


...y ahora escucha esto.

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