"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 31 de enero de 2011

Un día cualquiera

Sabes, hay mañanas en que recuerdo tu risa. No sabría decir de dónde la trae mi imaginación, si es de un pasado que nunca existió en realidad, o si apenas se acercó a ayer mañana para cogerla de la cintura y traerla a mi mente. Pero se aparece de pronto, llena de dientes y rodeada de labios. A veces trae colgada una mañana de abril, y casi es un pecado que no florezcan los almendros en tu lengua. Otras veces apenas es visible porque una bufanda, con un par de metros de más de la lana precisa y excesivos aros de colores, la rodea, aunque el frío no consigue que tus dientes dejen de formarla. Otras veces simplemente se acurruca a mi lado, me mira, la miro, y una sonrisa mía, que puede que también haya tenido que rescatar de alguna mañana de un mes innombrable, baja por mi cuello, por mi vientre, pasa a tu vientre y sube por tu pecho hasta tu boca y se acurruca junto a ella. No sé, quizás se conviertan en beso.

            A mediodía, incluso aunque el hambre grite desde el abismo de un estómago irritado, suelo recordar tu nombre, tu edad, las medidas de tu cuerpo, el año en que todavía no nos conocíamos, año perdido, y una mesa puesta para dos, o para tres, porque el tiempo juega a multiplicar como un caprichoso niño. Entonces tu nombre no son letras, como el hecho de nombrarlo no es el habla, tu nombre se transforma en  cuanto arrastra a su paso, y el nombrarlo en intención. Y tu edad ya no es tu edad, sino la mía, y las medidas de tu cuerpo el esfuerzo cotidiano porque mis manos las abarquen, y el año en que todavía no nos conocíamos un año en que un extraño que llevaba mi nombre, mis pantalones, y mis miserias, supo encontrar el camino hasta encontrarme.

            Luego la noche, impúdica señora empeñada en adueñarse de mi ropa, de tu ropa, de mis gafas y las tuyas, y nos arroja sin cuidado a un mar de sábanas donde tuvimos que aprender a nadar cuerpo a cuerpo. Y hay noches de mar calma, donde mi mano tienta buscando a su lazarillo hasta que encuentra tu mano. Y hay noches donde el mar es el mismo mar que bañó las costas que el primer hombre y la primera mujer pisaron, un mar virgen, todavía por explorar con el miedo de quien nunca navegó a mar abierto. Y hay días de mar embravecido, donde ese primer hombre y esa primera mujer comprendieron que nunca saldrían de esas aguas a no ser que consiguieran ser uno. Y cada noche, como si siempre fuese la primera noche, tememos que el mar nos convierta en náufragos, y despertemos solos, en una playa donde un solo grano de arena ya es playa, y donde la arena se pierde en nuestra mirada.

            Finalmente la suma diaria, una sonrisa, un cuerpo, un mar, un infinito mar, donde nuestros cuerpos ahogan cada día el llanto, el deseo, la risa, la felicidad y la más honda de las tristezas, pero un mar que siempre nos devuelve a la playa en un amanecer cuyo primer rayo de sol siempre da de lleno en tu sonrisa.


...y ahora escucha esto.

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