"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

viernes, 7 de enero de 2011

Silencio

Habló, y en su boca cada una de las palabras era más hermosa que la anterior, cada una llevaba una dirección y sentido que prometían los mejores augurios, las metas más increíbles e inalcanzables. Todos le mirábamos con una única cara de asombro y esperanza. El camino iba tomando forma con cada frase. Un camino limpio y sin recodos que parecía perderse en el infinito de lo imposible. Y habló, habló, siguió hablando durante lo que nos pareció a todos una eternidad de posibilidades y futuro.

Finalmente, con la misma dulzura que la primera de las palabras cayó de sus labios se apagó la última. Todos esperábamos la señal, su señal, pero no anduvo. Ni un solo paso, siquiera un leve movimiento de pierna, aunque hubiera sido producido por el entumecimiento de las horas que había estado quieto, de pie, hablando. Eso nos hubiese bastado, lo habríamos seguido como el perro fiel que sigue a su dueño hasta la tumba.

Nada, la última palabra y su terrible quietud actuaron como el más devastador de los tornados. Se tragaron en su interior el camino que se había alzado sobre la tierra yerma en que vivíamos y todos y cada uno de los posibles futuros que dibujó con su boca en nuestros ojos. Nada. Siguió quieto, parado sobre aquel pulpito improvisado con cuatro cajas y unas telas de colores de las últimas fiestas.

No fue el mejor, incluso luego hubo otros que no sólo crearon caminos y metas maravillosas ante nuestros ojos, sino que casi se podían tocar con las manos, aunque no se usase la imaginación; pero por alguna extraña razón, que todavía hoy no llego a entender, todos, todos creímos que aquella vez si, que después de hablar comenzaría a caminar. No fue así, al menos no el camino que tanto tiempo llevamos esperando. Bajó con calma del improvisado púlpito, estrecho unas cuantas manos que ya antes habían sido puestas allí para la ocasión, aguantó tres o cuatro palmadas en la espalda y algún que otro abrazo más o menos intencionado, y se dirigió donde le esperaba la comida. A las cinco de la tarde partió, se llevó todas las palabras que había dicho, todas, salvo cuatro o cinco que quedaron en una placa sobre la fuente, con su nombre, y nunca más supimos de él.

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