"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 24 de enero de 2011

La ventana.

Siente una ráfaga de aire. Se levanta, va hacia la ventana y mira. Está cerrada, siempre está cerrada. Dentro se está tan bien. Desde que su memoria alcanza ha estado siempre dentro. Mira por la ventana. Es uno de esos últimos días de la primavera, de su primavera. Fuera sopla un aire dulce que mece los árboles con una cadencia parecida a música. El sol comienza a dar brillo a cada rincón hasta donde alcanza su vista; pero dentro se está tan bien. Si al menos pudiese adivinar el futuro, si algún duende bueno le hablase, aunque fuese en sueños, ella se fiaría de sus palabras, y le contase que hay más allá de la ventana. Le dijese como es el roce de esa brisa en la piel, o si el sol jugará con los rayos más tibios en su pelo sin quemarla. O le contase si al agua que escucha correr en algún río cercano saciará su sed pero nunca llegara al ahogo. Por un momento duda si abrir la ventana, incluso su mano hace el gesto de ir en busca del picaporte. Pero dentro se está tan bien.  Vuelve a su sillón, sube las piernas encima y las atrapa con sus brazos apretándolas contra su pecho. Y deja que el tiempo siga corriendo entre programas de televisión y una temperatura constante gracias a tener puertas y ventanas cerradas. De nuevo siente un soplo de aire que hace moverse su pelo. Tiembla, mitad frío mitad miedo, o así quiere creerlo, porque el soplo ha sido dulcemente tibio. No, no quiere girar la vista, no hay ventana, se repite una y otra vez, ni hay nada más allá de la ventana, sólo el vacío. Pero no puede evitar volverse a levantar, volver a andar los pocos pasos que la separan del cristal, y volver a mirar fuera. Ahora el viento parece más calmado, los árboles no se mueven, parecen formar parte de un cuadro. No se escucha el ruido del agua, y el sol comienza a dejarse caer sin fuerza por encima de los montes que dibujan el horizonte. Sólo hay un caminante al fondo del camino. Lo mira. El caminante llega al borde de los primeros árboles y se sienta reposando su espalda en uno de ellos. Desde la ventana, desde dentro, no puede distinguir bien las facciones de su cara. El sol da en el pelo del caminante por entre las hojas de los árboles. Si ese caminante tuviese el secreto, piensa, si él pudiese decirme lo que hay más allá de la ventana. Intenta apartar estos pensamientos de su cabeza y se repite “aquí dentro se está bien. No, no abriré la ventana”. De pronto siente unos golpes, se gira y el caminante está ante la ventana, mirándola. Ella duda, siente de nuevo el frío y el miedo que sintió antes. “no abras la ventana” se dice, como le han dicho tantas y tantas veces. Mira al caminante y con la cabeza le hace gestos para que se vaya. El caminante la mira, espera. Ve como ella acerca poco a poco su mano al abridor. Durante unos segundos, que a ella le parecen siglos, la mano se queda allí, quieta. El caminante no hace ningún gesto, no la apremia para que siga, simplemente espera. Finalmente ella abre la ventana, apenas un poco, lo justo para que la mano del caminante pueda colarse dentro y tocar con suavidad su cara. Cierra la ventana de golpe, vuelve corriendo a su asiento y se acurruca, llorando. El caminante la mira durante un tiempo, no espera nada, el sabe que no tiene que esperar nada. Gira y toma de nuevo el camino hacia los árboles. Al llegar al primero se sienta, apoya la espalda contra él y deja que la brisa juegue con su pelo. El caminante, como si supiese lo que ella está pensando, dice en un susurro “no, no hay duendes, ni conjuros mágicos que nos muestren el futuro, pero fuera…. fuera se está tan bien”.


Y ahora escucha esto...

1 comentario:

  1. Y qué sintió ella cuando él rozó su cara? supongo que miedo, mucho más miedo porque cerró de golpe...


    y...sabes qué fue de la mariposa? La pequeña y frágil mariposa...?
    La que se refugió del frío y la lluvia, sólo por una noche?

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Sueño

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