"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 14 de abril de 2011

Hay días...


Hay días en que amanecen cientos, millones de muertos, y en esos días ando, sonrío, incluso me paro en conversaciones con gentes a las que conozco; pero mi cabeza está en otros sitios. Tengo que asistir a todos y cada uno de los velatorios, porque todos y cada uno de los muertos son mis muertos, siempre los mismos muertos. A algunos de ellos los conozco casi desde que nací.
En esos días uno quisiera no conocer a nadie, ni siquiera a sí mismo, para que los entierros fueran vacíos, para que la espera del día en el que enterraré cuanto no fui, no suponga un continuo ir y venir bajo la sombra de los chopos. Uno quisiera morirse de golpe, que la madera de un único roble fuera su última piel, que el campo santo de la memoria no estuviera lleno de cruces, y no tener que soportar esta viudedad continua de uno mismo.
Gracias al olvido, en otros días, amanezco genial, vivo, torpemente inmemoriado, y en esos días la madera vuelve al árbol, y el árbol a la ladera, y la ladera sube mágicamente hasta la cumbre de un monte que se esfuerza con rabia por acercarse a un generoso sol que parece llevar grabado mi nombre. En esos días os quiero, me quiero, digo tacos y me toco mis partes a escondidas (o no tanto), digo piropos y obscenidades, acumulo cuantas fuerzas puedo para los otros días.
Luego estaría el resto, ya sabéis, la vida. Y ésta no es ni más ni menos que minutos que juegan a acompañarse hasta formar horas, y éstos días, y éstos meses, y un cuerpo que pasa por ellos con una mochila a la espalda donde lleva un hacha y una azada, y un sombrero de paja para el sol. Y hay días para la tala y días para la siembra, y días para el descanso.
Y puede que a fin de cuentas no sea más que eso, el talador y el sembrador, y el soñador indiferente que lleva callos en sus manos y en su corazón también.

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