"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 4 de abril de 2011

Reflexiones de un mal escritor


Escribo con la urgencia de saber que nada, nada de lo que he escrito tiene mayor mérito, con la inexcusable urgencia de saber que, más allá de no haber recibido nunca la visita de las musas, de no haber sido constante en la escritura, de no tener el genio necesario, más allá de todo, noto como ya apenas tengo ganas de escribir. Es cierto que en ocasiones me he aplicado en la lectura de los genios, aquellos que lograron dejar páginas que la posteridad nunca olvidará, Borges, Kafka, la inagotable literatura hispanoamericana y su inigualable fuente de magia, incluso la poesía, por si allí era capaz de encontrar los ritmos para que el relato fuese fluido y a la vez con una sonoridad que obligase a su lectura aunque sólo fuese por eso, por su musicalidad. Pero nada, nada. Apenas unas páginas que ya han tomado un color amarillento en un antiguo carpesano y esta angustiosa sensación de que ya no tengo nada que decir pese a que nunca dije nada. Soy como esas fuentes que se abrieron en la tierra después del esfuerzo de cientos de hombres y grandes máquinas y, tras la salida de un surtidor que prometía grandes cosas (porque puede que alguna de las líneas que he escrito si que tengan su mérito, aunque permanecerán siempre siendo geniales compañeras del olvido) se secó a los pocos días y ahora está sepultada tras un manto de vegetación compuesta en su mayoría por aliagas y cardos.
A menudo me despierto en mitad de la noche, recuerdo vagamente haber soñado, un sueño donde tenía la idea, no una idea sino “la idea”, intento recordarlo, sé que era el relato definitivo, ese que hará que a partir de su publicación se hable de un antes y un después, ese que marcará la pauta para los futuros escritores y que hará que ya sólo se pueda escribir “a la manera de”. Noto como mi frente se llena de gotas de sudor por el esfuerzo, sé que está aquí, que en algún lado de mi cabeza, si tengo la paciencia necesaria, lo encontraré y podré escribirlo. Antes, cuando todavía creía que algún día sería capaz de escribir relatos capaces, en principio, de pasar la muralla del silencio y ser leídos por personas, no importaba si diez o cien, o mil, y que serían el primer paso a ser conocido, a que hubiese alguna que otra reseña de mi en alguna de las revistas literarias, y que esto haría que poco a poco me abriese paso en el mundo literario hasta ser más ampliamente conocido, entonces, cuando me ocurría despertar de un sueño con esa misma sensación, me sentía feliz de no ser capaz de recordarlo. Pensaba que no sería bueno que el primer relato acabase siendo el último, que ese relato fuese insuperable y ya nunca más fuese capaz de escribir algo que tuviese un mínimo valor. Entonces recordaba con ironía una de las fábulas de Monterroso donde le ocurre algo parecido a un lobo escritor, o un perro, mi memoria ya no es lo que era. Pero ahora no me importaría. “Fue su primer y único relato” dirían muchos, una lástima que no haya sido capaz de seguir en esa línea, incluso habría quienes opinarían que no era mío, que debía de haber sido robado a alguien ya que era incapaz de hacer algo siquiera parecido. Y yo acabaría cansado de explicar la historia del sueño, de repetir una y otra vez que era el relato definitivo, que era imposible escribir otro igual, otro siquiera medianamente parecido. Y tendría que soportar las burlas de algunos, la indiferencia de muchos, el escepticismo de varios, pero no me importaría, yo sabría que era mío, que por fin, después de tanto tiempo, había sido capaz de escribirlo. No me importaría que tuviese apenas tres líneas o cinco mil, que contase la historia de un ser maravilloso que a fuerza de crecer y hacerse cada vez más grande acabo siendo tan sólo una pequeña parte de si mismo, o que hablase de compromiso histórico o social, ¿qué más daría, si sería el relato que pasaría de generación en generación, de boca en boca, a veces de forma oral, otras escrita, luego soportando todos y cada uno de los nuevos soportes que se fueran inventando y al final, cuando se diesen cuenta, acabando por ser la nueva biblia de los escritores?.  Entonces seguro que algún escritor de esos mediocres que pueblan nuestra literatura, de esos que se pasan años y años intentando escribir algo que perdure al menos cinco minutos más de lo que tardó en escribirlo, puede que escribiese algo así “Es cierto que en ocasiones me he aplicado en la lectura de los genios, aquellos que lograron dejar páginas que la posteridad nunca olvidará, Borges, Kafka, la inagotable literatura hispanoamericana y su inigualable fuente de magia, incluso la poesía, porque ya sería un sueño acercarse si quiera al genio de Gómez”. No, no suena bien mi apellido después de nombres tan originales como el de Borges o el de Kafka, tendré que buscar un seudónimo que suene mucho más literario. Pero ¿de nuevo sueñas Gómez?, ni el nombre más literario, ni la figura más extrañamente arrogante y a la vez seductora, ni el haber tenido una vida llena de aventuras que por si sola ya daría para pasar a la posteridad te haría salir de esta estúpida mediocridad en la que te mueves.
Llueve, después de más de dos meses sin caer una gota hoy llueve. Miro por la ventana, al infinito. Siento como la lluvia ha hecho descender las temperaturas. Ayer teníamos casi treinta y cinco grados y hoy no marca el termómetro más de veinte. Vuelvo la vista y miro el folio que hay sobre la mesa. No, pienso, este tampoco será el relato definitivo, este volverá a ser uno más de los muchos relatos mediocres que estoy acostumbrado a escribir. Siquiera sé si le podré llamar relato, aunque lo incluiré entre los otros. A fin de cuentas acabaré consolándome como siempre “escribo para mi, sólo para mi”; pero sé que esto no es cierto, que es una más de las mentiras que me cuento para … para…. No sé porqué lo hago, pero es una más. Recuerdo que a veces he escrito cosas de las que llegué a pensar que no estaban mal del todo, incluso algunas personas, de las que no tengo que dudar, al menos no más allá del cariño que sienten por mi, llegaron a decirme que valían la pena. Viene a mi memoria, y ya estoy haciendo lo de siempre, volver atrás, una y otra vez atrás, uno de los relatos que hace tiempo escribí (incluso creo que llegué a mandarlo a un concurso, aunque mi memoria siga sin ser buena). Busco en los cajones del escritorio, en los estantes de la biblioteca, hasta que tengo en mis manos un antiguo libro de relatos que hice hace algún tiempo y lo busco. Si, este es. Y lo releo sin prisa:



LA AGUJA


"Comencé a preocuparme al tercer día. La primera vez que vi aparecer la aguja no le di importancia, aunque me dolió. Fue sobre las cinco de la tarde, al sentarme en el sillón que hay al fondo del comedor. Sentí un agudo pinchazo en la parte posterior del muslo, me levanté rápido y, al tocar, noté una aguja apenas prendida por la punta a mi pantalón. La dejé sobre la mesa y comencé una lectura.
El segundo encuentro también podría parecer casual. Volvía descalzo del cuarto de baño hacia la cocina cuando noté un dolor más suave en la planta del pie. Esta vez había pisado la cabeza de una aguja. “Otra aguja perdida” pensé, y esta vez la miré con mayor atención. Era normal, salvo un poco de color rojizo cerca de la cabeza, seguramente producto del tiempo y del agua.
Nuestro tercer encuentro es más difícil catalogarlo de casual. Ocurrió al ponerme el jersey rojo que tenía colgado en el armario. Noté un suave roce en el cuello, frío y metálico. Al llevar mi mano toqué algo fino y puntiagudo, y sentí un escalofrío. Antes de mirar pensé “la aguja”, pero no quería creer que fuese la misma. Lo era, con aquella marca cerca de la cabeza. No soy propenso a asustarme, pero he de reconocer que tenía cierta inquietud.
Contar los siguientes encuentros sería alargar una historia de la que nos interesa sólo el final. Han pasado dos años y, en este tiempo, la aguja ha aparecido en los sitios más inesperados: en mi cepillo de dientes, dentro de los libros, junto a mis gafas, incluso una vez brillo dentro del caldo que preparaba para comer. Ahora incluso me encuentro incómodo si algún día no aparece, y la busco. Paso horas revolviendo cajones y armarios, llegando a encontrarme triste si no aparece.
Hace tres días volvió a suceder algo curioso: encontré una mancha de pintura en la pared del pasillo que, en tres días, ha cambiado del pasillo a la cocina y de la cocina al techo del comedor.
La aguja y yo estamos impacientes por ver su siguiente movimiento."

Recuerdo todavía cuando lo escribí, y las veces que tuve que explicarlo. No, no es bueno explicar lo que se escribe porque pierde la sorpresa, el asombro, y sobre todo pierde la capacidad del lector. Pero yo me sentía mal cada vez que alguno de mis allegados lo leía y veía reflejada en su cara esa expresión de “no está mal, pero no lo entiendo, ¿qué quieres decir?”. Yo no quiero decir nada, nunca he querido decir nada, sólo quiero escribir algo que… algo que…
Hace tanto que no sueño, que no me despierto empapado en sudor, con esa sensación febril de urgencia por escribir el relato, hace tanto, tanto que…. No escribo.

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Sueño

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