"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

sábado, 16 de abril de 2011

PI El amanecer


Me sigue doliendo la imposibilidad de no poder mirar mi cara, mis ojos, mi expresión de asombro. Y aun así sigo mirando día a día el amanecer. Hoy parece como si el encargado de poner las nubes se hubiese puesto de acuerdo con el de darle intensidad al sol. Primero dejó que saliesen cinco o seis, no me paré a contarlas, y apenas una claridad despreciable (siempre me llamó la atención el uso del termino despreciable en matemáticas) se agarró a la parte baja de ellas y fue adentrándose en el cielo. De pronto dejó que cinco o seis más asomasen por el horizonte. Ahora eran de formas y tamaños diferentes, y el encargado del sol subió la intensidad, de tal modo que un reflejo rojo, un rojo sin gran fuerza, que parecía más un rosa, se quedó agarrado a estas nubes y fue avanzando en el cielo sin prisas. Finalmente ambos decidieron que era el momento, y nubes y luz inundaron la mañana, nubes que llevaban toda la gama de rojos y amarillo en su barriga, nubes que fueron deslizándose desde el horizonte hasta mis pupilas. Y yo allí, paralizado, sin poder ponerme delante de mí y mirar mi rostro. No me importa si pongo cara de idiota, o cara de ser el más feliz del mundo, si provoco el asombro, o el sonrojo, o la risa en los que pasan a mi lado, pero cada día siento la imperiosa necesidad de verme mirando el amanecer. Supongo que esta necesidad nace de no haber sido capaz nunca de ver mi vida desde fuera, de ser incapaz de verme y adivinar quién soy. Sin entrar en todos aquellos seres posibles que intuyó Unamuno, no. Me bastaría uno, aunque no fuese totalmente yo, me bastaría haberme visto un día andando por el parque que hay cerca de mi casa, mientras estoy sentado en el banco, y haber podido exclamar en mi cabeza “ese soy yo”; pero nada más lejos de la realidad. Si alguna vez ha sucedido, si, aunque haya sido por un segundo, he conseguido ver algún aspecto de mi vida desde fuera, nunca he conseguido un análisis que me fuese válido, más bien ha venido siempre a mi mente y a mi ánimo la expresión “extraño”, tristemente extraño. Y así ha sido con mi cara ante los miles de amaneceres y atardeceres que pasaron ante ella, y con mis manos, las que veo coger objetos, escribir en el ordenador, pasar por la espalda de cualquiera de las mujeres que estuvieron en mi vida, y me parecieron siempre las manos de otro, y con mi boca, cuantas palabras ha dicho y cuantos labios ha besado, sin que yo nunca pronunciase ni una ni besase a ninguna mujer. Supongo que esto no debería de extrañarme tanto, si no soy capaz de reconocer como míos mis pensamientos que están en lo más hondo de mí no es extraño que nervios, músculos, órganos y cualquier otro de los componentes que forman lo que creo ser me sean tan lejanos, tan huérfanamente lejanos.  El cielo está totalmente instalado, un sol alto, las nubes desaparecieron, y yo me alejo de espaldas, de espaladas a la mañana y de espaldas a mí, de espaldas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueño

Sueño