"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 11 de abril de 2011

Por padecer un poco-

  Vuelvo por el camino frío y polveriento. Los chopos se ven entre la neblina de marzo como sombras que se encaraman a las paredes de mi barrio. Traigo en mis manos el último libreto de relatos que he escrito. Los he releido cientos de veces, sería capaz de dictar muchos de ellos de memoria. No me averguenza reconocer que me encantan, que probablemente sean de los mejores relatos jamás escritos. Ni Borges, ni Cortazar, ni, espero no ofenderme a mí mismo, los relatos de Kafka, me parecen capaces de ensombrecer los mios. La esquina del campo de futbol y el viento. Tantos recuerdos plagados de viento, de un viento cálido que innundaba todo el barrio, y de un viento frío y cortante que se agazapaba tras las esquinas esperándome, para, no pocas veces, tumbarme en el suelo con un golpe seco y traidor. A fin de cuentas la construmbre de sentir el cabello ir y venir de una parte a otra de la cabeza. Y un giro a la derecha, los corrales. Un callejón estrecho que viene a morir contra el parque. Doblo la última esquina empujado en parte por el viento, y en parte porque mis pasos así lo quieren. En uno de los bancos una pareja joven. Un beso que no acaba, no poca envidia en mis ojos. Unas manos que buscan la frontera de lo prohibido y deseado. Y más que nada una sensación que se guarda para las primeras horas de sueño, cuando recostado en la cama se repasa una y otra vez el beso, y esos pechos menudos que saben y dan la vida. Más envidia, y algún que otro recuerdo aún vivo en las curvas de mi mano y en el borde de mis labios. Y más allá, junto a los columpios, donde el jardín se asoma a la espalda, un joven lee un libro. Coge un bolígrafo y anota algo en una página. Curiosidad, un empujón mal dado de la soledad, lo cierto es que fuí a sentarme a su lado. Levantó la cabeza y me saludo. Luego siguió leyendo. Me esforcé todo lo posible por ver lo que leía, y al fin lo conseguí. Más difícil me fue leer lo que había escrito en el borde de la página, pero también conseguí leerlo. Decía así: “cuatro besos en el parque, cuatro besos, dos de fuego y dos de envidia”. No sabría decir porque, pero le di una palmadita en la espalda y le dije “tranquilo, chaval, que en el aire quedan besos para todos, e incluso alguno se perderá sin encontrar su dueño”. Me miró un instante a los ojos y siguió con su lectura. Me levanté y rodeé el jardín, salí por la parte de atrás para dirigirme a mi casa. Mi mujer y mi hija me estarían esperandome. Me levanté y cerré el libro. Entre el bloque pequeño y casa de la tía de Jesús me dirigí a mi casa. Al llegar mi madre ya tenía la cena en la mesa. Cené y me acosté con miedo por mi futuro. Mi mujer pasaba algo en el ordenador y mi hija jugaba con una pizarra. Me senté en el sofá y escuchando una canción que sonaba en el tocadiscos cerré los ojos y lloré en silencio por mi pasado.

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Sueño

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