"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 16 de marzo de 2011

De cuando un ángel se da cuenta que lo es.

No es fácil, porque nadie nos dice que lo somos. Pasamos por la vida más o menos desapercibidos. Podría ayudarnos que fuese verdad que llevamos alas, pero no es así. Nuestra espalda no difiere mucho de la de cualquier mortal. Incluso somos un poco más propensos a sufrir de dolores de espalda porque antaño si que tuvimos alas donde ahora sólo hay un vació con una nostalgia eterna de la pluma y el viento.

Si por lo menos nuestra piel fuese suave, con esa suavidad que sólo nos es propia en los primeros años de la vida, entonces quizás podríamos darnos cuenta de que no es normal, de que eso debería responder a algo misterioso. Y si nuestra cabeza, por lo demás una cabeza que no es en absoluto ajena a las canas, siguiese un simple proceso de pensamiento “mi piel no envejece, sigue igual de suave que al nacer, luego he de ser un ángel”; pero no, nuestra piel envejece, muy a pesar nuestro, y se llena de surcos, por los que la sudor, de los primeros días de agosto, baja sin descanso, alejándonos de la idea del ángel, ¿por qué no sería normal que un ángel sudara?.

Si nunca hiciésemos el mal, si tan siquiera la idea del mal pasase nunca por nuestra imaginación, puede que entonces…. Pero entonces no seríamos ángeles, seriamos dioses, y tendríamos clara noción de serlo, sin duda alguna, nunca un dios dudó, o al menos nunca quedó escrito que así sucediese. Pero claro, los ángeles, que nunca han sido dioses, no tienen porque ser eterna y sistemáticamente buenos, no hay ley divina que así lo diga. Y sucede que a veces, pocas veces, es cierto, porque podríamos caer en la tentación de ser demonios, hacemos algún pequeño mal inmerecedor de ser anotado en la columna de los males, o lo pensamos, que casi es peor. Y eso nos aleja del convencimiento, o al menos de la sospecha, de ser ángeles.

Pero luego llega la madurez, periodo especialmente propicio para que un ángel se de cuenta de que lo es. Y uno mueve la espalda como con cansancio, sintiendo que los músculos están doloridos, y se da cuenta, con una claridad de la que nunca antes había sido consciente, de que hubo un día, tal vez demasiado lejano, que en el vació que hoy existe entra omoplato y omoplato, antes hubo unas preciosas alas capaces de lo imposible. Y en eso está cuando hace repaso de su trato con las gentes, de las miradas de estas cuando uno está cerca, de sus sonrisas, y la extrañeza de todos estos gestos para con uno, da paso a una certeza casi abrumadora de que sólo se pueden producir ante la presencia de un ángel.

Y al final está la prueba definitiva, cuando con una tranquilidad de la que uno se creía desposeído, en una tarde de mayo, suele ser en una tarde de mayo, paseando entre los almendros, aquellos que se empeñaron ya en florecer, viene de golpe a la cabeza la pregunta que dará con la respuesta, con la única respuesta posible. ¿Y si no soy un ángel que soy?, y por más que se intenta no hay respuesta, ninguna respuesta, por débil que sea su argumentación, que no nos lleve a la única conclusión posible. Y se deja de sentir el vació en la espalda, y uno lo sabe, sabe que no puede ser de otra manera, que no puede ser otra cosa, que es un ángel, y sonríe.

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Sueño

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