"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

sábado, 19 de marzo de 2011

Monólogo del gato (segunda parte de la locura, y final)

                    
  Él dice que no le importo, que no le preocupo; pero sabe bien que no es cierto. Yo soy el gato, si, el gato de la portera. Soy el único que conoce bien el pasamanos de la escalera. No es un dato fundamental, pero hoy en día es preciso saber hacer algo bien, y yo se bien como es el pasamanos de la escalera. Sin embargo Roberto sabe bien porque lo hizo y no le sirve de nada. Las razones casi nunca sirven de nada si no son validas más que para uno mismo. Estoy en el cementerio, supongo que no hará falta explicarles porque estoy en un cementerio, y supongo también que se habrán imaginado ya que soy un gato negro.

  De todas formas he venido (“un día abrí los ojos, he venido”) más por Roberto que por mi.

  Tal vez ustedes piensen que soy un personaje sin entidad, que tengo razón de ser a partir de que existe Roberto Entralba. ¿Por qué no se les ocurre pensar que tal vez sea Roberto el personaje que tiene razón de ser a partir de mi?

 Muchas veces me he preguntado si Augusto Pérez no seria una excusa, una excusa para que entrara en escena, surgiendo de los pelos mas blancos que pudiera tener en su barba Miguel, !Orfeo¡. Sólo de nombrarlo se me ponen los pelos y el rabo de punta.

  Si hubiera un hilo lógico, mínimamente lógico, (a veces pienso que digo tonterías) ahora yo debería explicar a que responde la actitud de un gato ante un perro. Si hubiera un hilo lógico, mínimamente lógico, (aquí se acabaron las tonterías) no habría opresores ni oprimidos.

  Para ser un gato que nunca estudió (historia ni religión) me defiendo bastante bien en el campo de la oratoria.

  Estoy en un patio frío, subido a una baranda. Será ahorcado, si, estoy seguro (no me lo puedo creer) será ahorcado. Salen cuatro hombres por la derecha, uno porta un traje chaqueta veis, con fruncidos a los lados y tocado por un sombrero de cuero gris. Los otros tres no portan nada, se aferran a unos brazos desnudos, a los de Roberto. Cruzan el patio de un extremo al otro. Roberto está, incluso, demasiado tranquilo. Todo hay que decirlo, hay un gran cielo de celofán gris con un roto en medio. Hay un gran silencio, respecto a esto se podría hacer algo de gran impacto poético: “y en el silencio del sombrío patio se oía solo un respirar de muertos” firmado gato. De pronto, no, es mentira, no fue de pronto, ni siquiera fue algo imprevisto, lo tenían todo muy bien planeado, se había ensayado con un saco de tierra del mismo peso de Roberto, también se sabia el parte meteorológico, incluso, de vez en cuando, me miraban a mi de reojo como si ya supieran que iba a estar presente. Se tensaron cientos de fibras de cáñamo sobre una garganta y un fluir de venas, y por una boca rota, desgarrada, se escaparon sueños del color del alba. Ya salió el poeta, loco, incontrolado, ladrón de pinturas, buscador de tierra, el albañil de sueños, tensador de espadas, chupador de heridas, hijo de la nada; repito, ya salió el poeta.

  Sentí que el aire pesaba en mis sueños, me aferre un momento a lo irreal, cuando abrí los ojos, con dos rayas rectas, perpendiculares a la madre tierra, vi lo nunca visto. Un cielo de celofán desplomado a tiempo cayo sobre todos y por el agujero surgió la figura de Roberto Entralba. Salté de la tapia, y me fui acercando tal como amanece, pude ver su cara, estaba tranquilo, no esperaba nada, como si supiera que estaba previsto, todo preparado, momento a momento, ya lo dijo alguien “el mañana es un presente cierto amañado en un anteayer”.

  Me miró a los ojos. Le mire a los ojos. Y vi dos pupilas rectas, perpendiculares a un cielo de celofán caído en el suelo. Dijo “¿no comprendes? Alcé entonces la vista. Si, si comprendía. El cielo era un inmenso papel de celofán gris, con motas blancas y azules, y se veía una gran boca con todos sus dientes riéndose.

  Me dijo “no pueden matarnos, mi querido gato, les hacemos falta, siempre hicimos falta”.

Y ahora escucha esto...

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Sueño

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