"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

martes, 1 de marzo de 2011

Amanecer

Esta mañana, al levantarme, no sabría decir por qué, tuve que volver a hacer inventario. Miré a mi alrededor, como si todo volviese a ser nuevo: un calcetín al borde de la cama, la camisa sobre la silla a mitad caer, un poco de sol colándose por las rendijas de la persiana, el techo de la habitación, una mujer morena tumbada sobre la cama, las puertas blancas de los armarios, una gata negra a manchas blancas sobre los pies de la cama, una melena corta y negra, muy negra, sobre la almohada, un extraño calor bajo las sábanas que me hacía sentir bien.

Había cosas que sí me sabían a viejo, como ese gusto amargo en la boca, o el color entre rosa y violeta de la habitación; sin embargo otras eran demasiado nuevas. ¿Cómo había podido olvidar tantas cosas en tan poco tiempo?. Por un momento dudé de si sería capaz de mover mis brazos, me quedé durante unos segundos quieto, temeroso de no conseguirlo; pero sin mucho esfuerzo mi brazo se movió a la izquierda y fue a dar contra una cadera cálida que apenas si se movió.
Me levanté, no sin cierta pereza, y me dirigí al cuarto de baño. Mientras iba aseándome me asaltó la extraña sensación de haber olvidado algo. No se separó de mí esa intranquilidad durante los siguientes minutos. Siquiera cuando comencé a preparar el desayuno pude apartar de mi mente esa sensación de olvido.
Volví a la habitación mientras acababa de calentarse el café. Miré a una y otra parte esperando recordar que era lo olvidado. Volví a recorrer con la mirada otra vez todos los rincones: el otro calcetín tirado en mitad de la alfombra, unas bragas blancas sobre la silla, dos relojes-despertador, uno en cada mesita, una mujer morena, desnuda y callada sobre la cama, un perchero con alguna camisa y dos sombreros, una gata gris que cruzaba entre mis pies, un resto casi imperceptible de sonrisa en sus labios, dos lámparas de mesa de paja, y todas las puertas pintadas de blanco.
Volví, al notar el olor del café, hasta la cocina. Aunque aún tuve el presentimiento de olvidar algo tuve que convencerme de que no era así. Allí estaba todo lo cotidiano: cada una de las prendas de la noche anterior, cada uno de los detalles normales en una habitación, una mujer morena, y ese amor, entre cotidiano y salvaje, que vuelve cada mañana a mí.


Y ahora escucha esto...

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