"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

viernes, 18 de marzo de 2011

Locura (primera parte de la locura, mañana la segunda)


  Five o`clock. Lo han dicho los americanos. Es hora de levantarse. Y yo, Roberto Entralba, nacido el día 12 de mayo de 1.952, me levanto, como miles de personas. Bueno, a ser cierto, no me levanto como todos, es una manía que tengo desde niño, me gusta levantarme por los pies de la cama.

  Hoy no es un día corriente. Hay algo que no funciona, algo que no está bien. Si, ahora me doy cuenta, anoche dejé una hoja de la ventana abierta y entra luz. Por lo demás ha sido como todos los días, una ropa me vistió, un peine me peino, unas manos acercaron a la boca una taza de café. Son los hábitos. No se sabe porque se hacen; pero se hacen.

  En la escalera me encontré con la portera y le pregunté como se encontraba su gato. Ni siquiera me paré a escuchar la respuesta, porque la verdad es que a mí no me importa ni cómo está su gato ni como está ella; pero desde niño siempre fui muy educado.

  Ya en la parada del autobús me di cuenta de que el cielo estaba cubierto de papel de celofán gris con motas blancas y azules, y a través de él se veían unas barbas blancas por las que discurrían rojas gotas de sangre. De pequeño me había gustado mucho hacer estas composiciones de color e imaginármelas, pero ya hacia tiempo que...

  Se ha parado un abrigo marrón a mi derecha y me mira fijamente, este, este es el que me persigue hace tiempo; pero no, para eso fui a un psiquiatra. He de repetirme “ no me persigue nadie, no me persigue na... “.

  Esa falda verde creo que ya la he visto en algún lado, aunque no agarrada a ese pantalón gris. Poco a poco me está entrando miedo, ya son mas de diez trajes los que me rodean. Sonrío, me imagino que estoy en el escaparate de una tienda de modas y soy un traje mas. Tengo un letrero a mis pies que dice “ moda otoño-invierno, modelo Roberto Entralba, tejido de algodón 100%, precio 12.500pts”. Huyo, me voy del escaparate, todos los demás se quedan con sus letreros a sus pies y me miran extrañados. Me entran ganas de volverme y gritarles que rompan sus carteles, pero no me harían caso, me llamarían loco.

  Seven o`clock. Probablemente ya he hecho tarde, y mas probablemente aun será que no vaya. No conozco el nombre de mis dedos sino por las teclas que he de apretar, soy el 216, un hombre pacifico, que acata las ordenes, soy aseado tanto en mi persona como en mi trabajo, y no tengo malos vicios. No, no es broma. Es lo que consta en mi expediente, y dos líneas mas abajo pone “ para la empresa seria...”.

  Es casi imposible, se cuela un rayo de sol entre los edificios y logra llegar a los adoquines de una acera, donde, con sus arrugas bien plegadas y ordenadas, una viejecita (diminutivo cariñoso que proviene de mi buena educación) lo acoge entre sus canas.

  Un hombre abre los ojos con expresión de espanto y se mete en una cabina telefónica. Sale y se le ve mas tranquilo. A los pocos minutos suena la sirena de un coche de la policía, detrás vienen dos camiones llenos de obreros y materiales para la reparación. Al hombre del teléfono se le alegra el rostro. Bajan los obreros y en pocos minutos es tapado el hueco por el que se filtraba el rayo de sol. Vuelven a subir todos a sus vehículos y se marchan.

  El traje chaqueta del teléfono comienza a andar y se pierde entre las afiladas esquinas de cemento. Todo queda socialmente tranquilo, salvo un montón de arrugas que sufren espasmos, de pronto se paran. Avanza un coche negro con una cruz encima por la avenida, frena frente a la viejecita y la meten dentro.

  Veo mis pies moverse velozmente, flotando sobre las aceras. Mi traje y mi piel chocan contra los esquinas de cemento que me van produciendo heridas. Allá, en lo alto, veo un cielo de celofán gris con motas blancas y azules, y tras él la risa de una boca rodeada de barbas blancas. Veo como mis pasos se hacen cada vez más lentos. Ante mí hay una parada de autobús con un escaparate delante lleno de trajes y vestidos. Comienzo a buscarlo y lo encuentro entre un vestido rosa y el bastón de una gabardina. Si, es el, no me cabe duda. Es el traje chaqueta del teléfono. Levanto mi bastón ( uso bastón porque cojeo ligeramente de la pierna izquierda ) y le doy de lleno. Cae al suelo deshilándose, se entrelazan la fibra y el algodón. Se cubre todo de la lana roja de un jersey. Me quedo quieto, sonriendo. De lo alto de una escalera cae un hombre asombrado con un trozo de celofán  en la mano. Se cuela un rayo de sol por el roto del cielo y va a dar sobre un coche negro con una cruz encima. Veo una boca desencajada rodeada de barbas grises.

  Siento como unas manos se aferran a mis brazos, son dos uniformes azules con gorras y botones dorados.

  Me encuentro en una sala llena de bancos. Cierro los ojos y pienso que será muy difícil explicar que lo hice porque taparon un rayo de sol y murió una viejecita. Me quedo quieto, inmóvil, oigo un volar de moscas y todo se llena de trajes y vestidos, incluso hay una gran sotana negra. Ahora estoy seguro de que he perdido el empleo. Veo como se llevan unos pantalones de pana azul y una chaqueta gris con coderas. Yo voy dentro. Ya sé la sentencia, me condenan a morir el 13 de diciembre bajo un cielo gris de celofán.

Y ahora escucha esto...

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