"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

martes, 22 de marzo de 2011

Estoy hecho de hueso

Estoy hecho de hueso, todo de hueso, un hueso duro y frío que forma mi cuerpo desde el primero de los dedos de mis pies hasta el último y encanecido pelo de mi cabeza. Antes, aunque no sabría precisar cuando, la carne recubría cientos de venas, y músculos, y diferentes líquidos que sería incapaz de nombrar. Puede que fuera cuando las calles todavía eran de tierra, y un coche era un motivo para detenerse a su paso, con la mirada asombrada por la magia de la velocidad y el deslumbrante brillo de sus cristales. Entonces estoy casi seguro que estaba formado por algo más que este rígido hueso en que me he convertido. Recuerdo la sangre en mis rodillas después de algún desafortunado paseo en bicicleta, o después de algún partido de fútbol de los de mil contra mil en un espacio donde apenas cabían quince o veinte. Incluso la recuerdo en mi cabeza, abierta contra un pilar en una tenaz lucha contra la gravedad y mi deseo de perseguir una pelota. Cuanto daría por sentir hoy el calor de aquella sangre fluida y roja, aunque fuese convertida en un líquido denso y pegajoso. Sentirla bajar por este hueso que hoy día soy, dejando un rastro rojo sobre el marfil.
Y aun así daría bien empleado el tiempo si sólo mis ojos, y mis manos, y todos y cada uno de mis poros, y mi sexo, sólo ellos se hubiesen convertido en hueso. Pero el avance ha sido inmisericorde. No le bastó con convertir la carne en hueso, la sangre en hueso, y todos y cada uno de los movimientos en una atroz lucha, no. El hueso subió, siguió subiendo, y no paró hasta convertir en hueso también mi cabeza. Primero el cráneo, trabajo por otro lado innecesario, luego la carne y los músculos que rodean a este, después todos y cada uno de mis cabellos, que hace años no bailan al viento; sino que se adentro y convirtió en hueso cada una de las neuronas y las conexiones que entre ellas se establecían, hasta convertir en hueso mi pensamiento.
Ahora bastaría un golpe seco, aunque la fuerza de este no fuese exagerada, para derribarme como si sólo fuese un castillo de naipes de marfil. Y bastaría una idea, la más torpe de las ideas, la más simple de las ideas, siempre y cuando esta tuviese frescura, juventud, o tal vez solamente insolencia, para que el pensamiento que atesoré durante toda una vida, y que ahora brilla al sol convertido en principio de sepultura, acabase en nada, en nada.

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