"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 2 de marzo de 2011

El instante

  
Se acerca, con una exacerbante lentitud que hace que parezca una eternidad. Nada más lejos de la realidad, es sólo el primero de sus engaños. Antes, mucho antes de lo que siempre desearíamos está ante nosotros, como si siempre hubiese estado allí, como si  fuésemos nosotros quienes en realidad nos moviésemos con prisa hacia ella.
            Parece como si tuviese algo escrito, unas letras que mis ojos ya no son capaces de leer. Acerco mi cara a esas letras, más, todavía más, hasta que mi nariz se apoya con suavidad y, salvo un estremecimiento que recorre mi cuerpo, las letras siguen apareciendo ante mi mirada con una indefinición que parece propia de su escritura. Entonces apoyo mis dedos sobre ellas y las comienzo a recorrer  con lentitud, intentando leerlas como el ciego que ahora soy, como el ciego que casi siempre fui. Creo adivinar una “m”. Con torpeza sigo el contorno de cada una de las letras. Las repaso una y otra vez, creyendo adivinar su significado, pero no tienen sentido. Cierto es que leo una palabra “Martes”, pero ¿Qué quiere decir esa palabra?.
            Dejo que mis manos se alejen de aquel mensaje que no tiene sentido para mi y recorro la tela. Es suave, pero al pasar mis manos por ella siento como mi piel se va cubriendo de arrugas, mis dedos se endurecen poco a poco, como si fuesen a convertirse en hueso. Cada vez me cuesta más mover mis manos sobre aquella tela, hasta que en una de las esquinas un roce, apenas perceptible, hace que una de mis manos sangre. La sangre brota fría, demasiado fría. Siento como se coagula nada más salir al exterior.
            Aparto mis manos con miedo y exhalo, exhalo con toda la fuerza que me permiten mis pulmones. Y un aire que va convirtiendo en ceniza cada uno de mis bronquios llega hasta mis pulmones y lo siento como si un puñal se clavase en el centro de ellos.
            Me aparto, apenas dos pasos, necesito respirar, necesito que mis huesudas manos vuelvan a tener movimiento, que mis piernas sean capaces de aguantarme derecho al menos unos minutos más, necesito saber quién es.
            Entonces todos los sentidos vuelven a mí de golpe. Es como si hubiese rejuvenecido cuarenta años en apenas unos segundos. Veo con claridad su sonrisa, una ráfaga de viento hace volar su trenza. Si, hoy es martes, un martes cualquiera, puede que el último martes, pero ella no lleva esa palabra escrita en su túnica.

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