"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 17 de marzo de 2011

Dos torpes hablan de literatura.


-        Genaro, hay un día de lluvia en tu mirada, ¿qué te pasa?

-        No sé, a veces es como si el tiempo se detuviese a tomar un tequila en mis entrañas. Lo noto ausente, riendo con tantos otros y sin embrago olvidándose de mí. 

-        Genaro, a la tristeza hay que darle la cancha justa. Es una mujer siempre con hambre, bastará que le digas “¿quieres?” para que tome sin descanso, como si este fuese el último día de sus ansias. Vale más hacerle un quiebro en la mañana, justo cuando la notes distraída, mirando el amanecer. Entonces la dejas allí, sentada en la vieja silla, junto a la ventana, sales a la calle, sin hacer ruido, porque su hambre tiene piernas de dragón y su vigilia es incansable como este frío que parece que  nunca vaya a abandonarnos.

-        Ya lo sé, Juan Luís, ya lo sé. Pero uno no siempre tiene el alma para la huida. Hay mañanas en que la tristeza ha sido la mejor de mis amantes. He sentido el calor de su cuerpo en la noche, su respiración pegada a mi oído, su deseo despertando en mí deseos que hace tiempo creía muertos. En esos días de nada me vale el silencio, ni la precaución, siquiera tiene sentido ir a la despensa donde uno guarda para tiempos peores la alegría, porque todas las llaves de la casa las tiene ella en su zurrón. Hoy puede que sea uno de esos días. Un día de nostalgias donde la mirada se puebla de ausencias y las manos añoran el tacto tibio de la noche.

Los dos a la vez dan un trago de su tequila. Los dos a la vez miran a lo lejos, por la ventana de la pequeña cantina. Los dos a la vez notan la lluvia en su pelo, en su cara, en su vientre. Los dos a la vez vuelven como de un viaje lejano. De un viaje que casi acabó con sus fuerzas. Dejan el vaso en el mostrador. Se dan la mano. Un “adiós” imperceptible en los labios de ambos que apenas si se escucha. Genaro sale primero, con un extraño día de lluvia en su mirada. Juan Luís va al fondo de la cantina, le da la mano para ayudar a levantarse a una mujer que hace rato está sentada en una vieja silla, ausente, mirando por una de las ventanas. Ambos salen fuera. Ella mirando fijamente la espalda de Genaro, que se aleja camino abajo. Él con una extraña sensación de humedad en el alma.

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